
Con toda seguridad muchos de nosotros, después de conocer del asesinato de Carlos Manzo, presidente municipal de Uruapan, así como ocurrió en días pasados con Bernardo Bravo, líder de los productores de limón en el Valle de Apatzingán, y desafortunadamente como sucede cotidianamente con otros asesinatos, despiertan sentimientos de inseguridad y desesperanza.

Más allá de la dimensión objetiva de la inseguridad en la que la cantidad de homicidios es determinante, hay una dimensión subjetiva que corresponde a la percepción de inseguridad, el miedo, el temor con el que se vive y que parece acrecentarse por la desconfianza de las instituciones. Lo acontecido en Uruapan nos evidencia que la violencia ha superado la capacidad gubernamental para albergarse en el ámbito social a través de múltiples sentimientos que van desde el coraje, la desesperación, el miedo, hasta la desolación.
No se trata de una discusión de partidos políticos, en el fondo la violencia y la inseguridad van modificando nuestra cotidianeidad, el impacto de los hechos delictivos va más allá de quienes han sido testigos o víctimas de algún delito y que, en 2024, se estimaron 23.1 millones de personas de 18 años y más que fueron víctimas de delitos. La cifra equivale a 24 mil 135 víctimas por cada 100 mil habitantes.
Lo que se mide como percepción de la inseguridad no es otra cosa que el riesgo y el miedo a sufrir un delito. De acuerdo con el INEGI, en 2025 64.2% de la población de 18 años y más consideró la inseguridad como el problema más grave, incluso por encima de los problemas de la salud (34.5%) o el aumento de precios (31.9%).
Respecto a la situación que guarda la inseguridad pública en las entidades federativas, son diez las consideradas como de mayor percepción de inseguridad, y las 5 que encabezan la lista son: Morelos (90.1%), Tabasco (89.8%), Guanajuato (88.5%), Michoacán (80.9%) y Sinaloa (80.5%). Aquellas en las que los habitantes perciben menor inseguridad son Baja California Sur (37.4%), Coahuila (37.7%) y Yucatán (39.6 %).
Es frecuente escuchar o leer que la inseguridad afecta el desarrollo económico de una región, incluso se cuantifican los montos que representan las pérdidas por falta de inversiones. Sin embargo, poco o nada se habla del daño social, a pesar de que múltiples estudios demuestran que la seguridad es inherente a la condición humana y es considerada una de las necesidades básicas por excelencia, siendo esencial para el bienestar y desarrollo de todo individuo, carecer de ellas conlleva a significativas consecuencias que condicionan, de alguna manera, la calidad de vida e integración social de las personas. Incluso se le ubica como una necesidad psicológica que impulsa, activa y orienta la conducta hacia metas que contribuyen al bienestar.
Cuando ocurre un asesinato como los ya mencionados, el sentimiento que nos invade contribuye a sentir mayor inseguridad en la vivienda, la colonia, la calle y en la ciudad. Una muestra de cómo se modifica nuestra vida cotidiana son los cambios que realizamos ante la inseguridad. De acuerdo con el INEGI, en 2024, ante la percepción del miedo e inseguridad, la población ha modificado su vida cotidiana. Por ejemplo, ya no permite que los menores de edad salgan solos de su casa (46.4%), ha dejado de salir de su casa por la noche (44.9%), dejó de usar joyas (44.9%), no lleva dinero en efectivo (44.7%), dejó de usar taxi (33%).
Cuando las autoridades afirman que investigará, que se capturará a los culpables materiales, que se reforzará la vigilancia y demás afirmaciones políticamente inevitables, no se logra resarcir el daño en nuestra vida cotidiana. Los cambios parecen imperceptibles, pero significativos, hemos dejado de salir a caminar (32%), de frecuentar lugares de diversión (23%), de usar transporte público (23.6%), de viajar por carretera de un estado a otro (25.8%), incluso de a visitar parientes o amigos (30.5%).
Con cada crimen perdemos libertad y nos vemos obligados a modificar nuestra vida, tal vez de forma tan imperceptible que vamos normalizando la situación y no hemos tomado conciencia de todo lo que vamos perdiendo. Sólo así se explica la impotencia, el enojo y el coraje que desatan entre los integrantes de la sociedad los muy lamentables asesinatos.




