
La celebración del Año Nuevo tiene un origen muy antiguo y ha evolucionado con el paso del tiempo, adaptándose a distintas culturas y tradiciones alrededor del mundo. Desde hace miles de años, las personas han marcado el inicio de un nuevo ciclo como un momento de renovación, esperanza y nuevos comienzos.

Los registros más antiguos del Año Nuevo se remontan a Mesopotamia, hace más de 4 mil años. En esa región, el inicio del año estaba ligado a los ciclos de la naturaleza, especialmente a la llegada de la primavera, cuando comenzaban las cosechas. Para ellos, empezar un nuevo año significaba asegurar abundancia y protección de los dioses.
Con el tiempo, los romanos jugaron un papel clave en la fecha que hoy conocemos. En el año 46 a.C., Julio César instauró el calendario juliano y estableció el 1 de enero como el inicio del año, en honor a Jano, el dios de los comienzos y los finales, representado con dos rostros: uno mirando al pasado y otro al futuro.

Aunque el calendario gregoriano —el que usamos actualmente— se adoptó siglos después, la fecha del 1 de enero se fue consolidando a nivel mundial. Hoy, el Año Nuevo se celebra en casi todos los países, aunque con rituales, comidas y tradiciones distintas, desde fuegos artificiales hasta ceremonias espirituales.
Más allá del calendario, el Año Nuevo representa la oportunidad de cerrar ciclos, hacer propósitos y empezar de nuevo. Por eso, cada 31 de diciembre, millones de personas se reúnen para despedir el año viejo y recibir el siguiente con ilusión, deseos y esperanza.





