Una de las danzas poco conocidas, pero que cada año va tomando mayor auge, es la de Los Soldaditos, que se baila en la Noche de las Ánimas, en esta comunidad indígena; es una cuadrilla bajo las órdenes de un comandante y tres capitanes. Armados con una caña de maíz, simulando un arma larga, Los Soldaditos habrán de visitar y bailar en cada una de las casas de los difuntos que han dejado este mundo terrenal durante el presente año.
Así, la comunidad de Zacán se prepara para, unido, tratar de encontrar el sendero más propicio para el descanso eterno de las almas de sus difuntos. Todos participan, unos con ofrendas de frutas, pan o licores, otros, con la preparación de los nacatamales que se habrán de repartir durante la danza de Los Soldaditos.
Desde mucho antes, se ha tomado al soldado como figura representativa de las almas zacanenses, a esas almas en pena, en el viaje que ellas hacen al mar del olvido-reposo.
La Noche de las Ánimas, los jóvenes se reúnen en la plaza al igual que los músicos; se conforma la cuadrilla. Deben estar los más rápidos, los más fuertes, los más intrépidos. Solo once soldados, un comandante y los capitanes. El pelotón necesita armas, las tendrán que ir a cortar a un solar, son las cañas de maíz.
Deben estar armados para defender su condición, con su porte de militares y sus armas al hombro, hacen las primeras demostraciones de fuerza, arrojo y disciplina en la plaza. Las almas se concentran en el centro de la vida cotidiana: la plaza del pueblo.
¡Cuéntense!, ha dicho el capitán a Los Soldaditos. ¡Números!, termina diciendo, al comprobar que están completos y que se puede iniciar el recorrido por el pueblo; visitarán las casas de los nuevos difuntos. Una multitud se ha reunido y acompañará a donde hay altares.
Entran por la puerta y salen por el solar; en su camino, han encontrado tropiezos, pero serán desbaratados y quedarán inservibles, nada los detiene. Después beben lo que se les ofrece, comen ofrendas y nacatamales. Bailan una marcha musical y realizan figuras al ritmo de la banda en cada una de las casas donde han elaborado altares: Toña Campos, Duve Servín, Martín Valencia, y Juan “Alegre” Huendo.