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La Izquierda, las definiciones que faltan.
Por Juan Pérez Medina.
La izquierda de verdad debe, sobre todo, ocuparse en la tarea de organizar al pueblo, levantar su propia agenda y mantener el debate en torno al cambio que las trabajadoras y los trabajadores necesitan y esperan.
Bien por la 4ª. Transformación, pero no es aún ni el comienzo del cambio radical que el país y el mundo reclama. El principal problema de la Izquierda es el de poder comunicarse con credibilidad y energía con las masas, con el pueblo trabajador que es su razón de ser y su fuente principal.
La izquierda no es un hato de intelectualoides que discuten día tras día sobre cómo resolver los problemas nacionales y, sobre todo, cómo convertirse en vanguardia del pueblo sin tener que llenarse de pueblo o, mejor dicho: sin ser pueblo.
La izquierda electoral ha escogido el camino de aparentar serlo. Sus más grandes aspiracionescaminan en el sentido de convertir al capitalismo en un sistema menos rapaz, menos duro e injusto. Ya la socialdemocracia europea había planteado hace varias décadas hacer un capitalismo con rostro humano sin llegar a lograrlo. Digamos que el modelo bienestarista o keynesiano de mitad del siglo XX se acercó a esta afirmación. Fue el tiempo en que, para detener el avance del socialismo, se ampliaron los derechos sociales.
Hoy en el siglo XXI y, ante la tremenda crisis del capitalismo neoliberal, se han bifurcado dos vías que pretenden ser alternativas a la crisis neoliberal, que es la crisis del sistema capitalista. Una es la que representa la ultraderecha internacional que encabeza Donald Trump, presidente de Estados Unidos y tiene como representantes destacados a Javier Milei, presidente de Argentina; Nayib Bukele presidente del Salvador, Georgia Meloni, Primer ministra de Italia entre otros; que han avanzado en el escenario mundial ante el agotamiento del modelo neoliberal y ajustan sus agendas hacia un proteccionismo de nuevo tipo y la supresión de derechos sociales conquistados y; por otra, está lo que se ha denominado “progresismo”, que encabezan los gobiernos de Brasil, Uruguay, Honduras, Guatemala, Chile, Bolivia y México. Unos más a la izquierda que otros.
No es por eso una diatriba el hablar de la Cuarta Transformación como el humanismo mexicano que busca mejorar las condiciones de vida de los más pobres, pero sin tocarle un pelo al sistema político y económico imperante.
Se dice que es lo que se puede ahora, sin desbarrancar el proceso de cambio que iniciara en 2018. Cambio que, por cierto, no es de sistema, si no de régimen como lo afirmó por muchas ocasiones Andrés Manuel López Obrador. Se ha tratado siempre de echar del escenario nacional a los corruptos e inaugurar una nueva etapa de capitalismo exitoso, que logre elevar los índices de desarrollo humano, reduciendo con ello la pobreza.
Pero, a pesar de que la izquierda gobierna casi la mitad del continente, lo hace sin disponerse a llevar a cabo cambios de gran calado que logren socavar el poder de los capitalistas.
Por otro lado, los defensores del capital han cedido a los más ultras el poder que se les fue diluyendo en medio de una enorme crisis que ya parece imposible de superar. Las formas que el capitalismo ha adoptado ante el creciente desafío que genera su incesante necesidad de acumulación viene generando permanente desequilibrios en la producción y la distribución de bienes, con lo que genera rupturas en sus cimientos que dañan el entramado social y acaban generando violencia.
Es por ello que la acepción de “dejar hacer y dejar pasar”, acuñada por los neoliberales, viene tornándose en el regreso al proteccionismo, que hoy se anuncia y mira como el más vil que ha concebido la humanidad. A este proteccionismo hay que sumarle -cual debe- las formas más reaccionarias que ha conocido la humanidad. Digamos que el nazismo está de vuelta (nunca se fue), con el mayor de los protagonismos desde la segunda guerra mundial. Netanyahu, el presidente de Israel, su gobierno y parte importante todo ese pueblo, representan hoy la mayor deshumanización de este siglo. No se quedan atrás los partidos de extrema derecha de Europa Occidental que cada día crecen en importancia y ya hasta gobiernan Italia, como cuando lo hacía Benito Mussolini.
La izquierda no está llegando a los ciudadanos. Y su incapacidad para hacerlo se inscribe en el abandono a sus orígenes. A su esencia fundamental de proponerse la revolución social necesaria para derrumbar al actual sistema capitalista. Entre la vieja izquierda nostálgica y ésta que no se atreve a plantear nada que le ponga en riesgo electoral no hay alternativa.
Urge retomar la lucha emancipatoria que se plantee con valentía y arrojo, contar la verdad y hacerlo de cara al pueblo. Se necesitan muchos trabajadores y trabajadoras anticapitalistas que no están porque no hay quien les convoque o causa verdadera qué los incite. Ir más allá del progresismo debe ser una consigna necesaria que no debemos perder de vista.
Bien por los nuevos bienestaristas, pero mal si esa fuera nuestra última parada al interior del sistema capitalista. Necesitamos regresar a Marx. Retomar sus enseñanzas y, sobre todo, la teoría práctica de Lenin para plantearnos romper con el sistema dominante. Es hora de organizar nuevos ejércitos de trabajadores y trabajadoras que se propongan avanzar hacia el bienestar general inmediato, luchando por sus derechos conquistados en riesgo y por conquistar nuevos;pero, sobre todo, por el socialismo, como única alternativa social real y verdadera. Enfrentar a la ultraderecha capitalista, pasa por la organización, la lucha y la toma de conciencia. Se requiere levantar nuevas y viejas consignas y luchar, luchar y luchar por ellas.