Capital Social… El análisis del Dr. Salvador García Espinosa hoy en “El Derecho a la Ciudad”

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El Derecho a la Ciudad

CAPITAL SOCIAL

Salvador García Espinosa

La gran mayoría de nosotros, cuando leemos o escuchamos la palabra “capital”, la asociamos con un sinónimo de riqueza, en términos de todos los bienes físicos y recursos financieros que una persona o empresa adquieren. En otras palabras, es la suma de toda la riqueza que se tiene, ya sea en efectivo, bienes y recursos.

Con base en este principio, en ciencias sociales se ha desarrollado el concepto de capital social con aquellos aspectos de organización social, tales como: confianza, normas y redes,que pueden ser “capitalizados” por los individuos para mejorar la eficiencia de la sociedad. En otras palabras, se trata del grado de cohesión social que existe en las comunidades, y que se puede identificar como las redes, normas y la confianza social que facilita la cooperación entre individuos para su beneficio mutuo. 

Un antecedente relevante del capital social es el sentimiento moral que conocemos como empatía, que, sobre la base de la simpatía, nos permite desarrollar la capacidad de aquello que coloquialmente decimos “ponerse en los zapatos de otra persona”, es decir, poner nuestro propio sentimiento en sintonía con los de otra persona. 

En 2006 la ONU realizó un estudio en torno a cómo el individuo percibe a los demás integrantes de la sociedad, y algunos de sus resultados más reveladores indican que el 68.5% de la población que vive en una ciudad considera que los demás no son de fiar.  Poco menos del 50% de los encuestados considera que “la gente se ayuda menos entre sí”. 

Cuando se les cuestionó sobre las posibles causas que propiciaban que la gente se ayudara menos entre sí, un 64.9% de los entrevistados señaló que era debido a la carencia de recursos y a la falta de comunicación. Un 36.9% considera que ante alguna necesidad deben recurrir a sus redes sociales, para pedir algún tipo de ayuda. 

De todos los entrevistados, 23.5% pertenecía a una organización ciudadana; pero al cuestionar los motivos de asociación se identificó que 29.1% se organizaban principalmente para solicitar luz y agua, 24.5% para resolver aspectos de recolección de basura y reparación de baches, y 19.3% para la atención de asuntos de seguridad pública. Llama la atención que en su mayoría se tratan de asuntos coyunturales, lo que hace predecible que una vez que satisfacen sus demandas o resuelven sus problemas, se desarticulan las redes de asociación. Se identifican tres tipos de capital social:

El capital social de unión, para caracterizar las relaciones entre personas en situaciones similares, como la familia inmediata, amigos cercanos y vecinos. Entre más solidario sea un individuo con sus familiares, amigos y vecino, mayor solidaridad se generará entre ellos, y eso les permitirá afrontar situaciones que se presenten en lo individual.

El segundo tipo de capital social se caracteriza como puente, y refiere a las relaciones más distantes de las personas, tales como amistades lejanas y compañeros de trabajo. De una u otra forma, todos hemos experimentado este tipo de vínculos, a veces basta un “buenos días” o un “hola” entre compañeros de trabajo, pero que permiten formar una red que nos permitirá obtener el apoyo necesario al afrontar algunas situaciones laborales. 

Un tercer tipo de capital social se denomina de vínculo, y se considera que es el desarrollado por personas diferentes en distintas situaciones, con aquellos que se encuentran completamente fuera de nuestra comunidad o entre sí, y por lo tanto permiten aprovechar una mayor cantidad de recursos disponibles en los diferentes grupos o comunidades. 

Es este último caso el que le permitió a la sociedad, en 1985, brindar una respuesta inmediata y sin precedentes ante el sismo que destruyó una gran cantidad de edificios en la Ciudad de México. Esa solidaridad, ese ejemplo mundial, no fue otra cosa que la manifestación más evidente del capital social con que se contaba.

Aunque parezca increíble, nuestras ciudades, cada día acentúan la segregación socioespacial en términos de sus recursos económicos. Las personas conviven cada vez más de forma horizontal, es decir, entre sus iguales. Cada integrante de la sociedad, en función de su disponibilidad económica, buscará acudir de forma cotidiana a centros educativos, restaurantes, centros comerciales, gimnasios, bares y demás lugares en los que socializa con sus iguales. 

Esta práctica que ahora vemos como común, debilita el capital de una sociedad, a grado tal, que cuando acontece un evento como inundación, incendio y no se diga un temblor, como los que recientemente acontecieron, la población afectada, si no corresponde a nuestro grupo social, es igual que si hubiera acontecido al otro lado del mundo. Lamentablemente,la distancia social entre individuos de una misma sociedad es en ocasiones aún mayor que la distancia geográfica.

Al leer estas líneas deberíamos de cuestionarnos si: ¿Ya acudimos a los centros de acopio para ayudar a los damnificados por los temblores?, o más aún, ¿sabemos si hay centros de acopio? Un termómetro del poco capital social de nuestra comunidad es considerar que las “noticias” respecto de los sismos ya quedaron atrás, y se olvidó el asunto ante las noticias de acontecimientos políticos o económicos. 

Ante la situación descrita, lo más probable es que la gente que ha perdido su vivienda, sus pertenencias o su trabajo, tenga que rehacer su vida con base en el poco capital social que logró construir con el paso de los años en su comunidad. Lo que no debemos olvidar es que su círculo social más cercano seguramente enfrenta los mismos problemas derivados del sismo. De aquí que sea urgente el apoyo de todos los que, por fortuna, no hemos sido afectados. En este escenario las instituciones de educación tienen una gran responsabilidad social en estimular, fomentar y consolidar el capital social de toda comunidad.