Juventud, divino tesoro. La reflexión del Dr. Salvador García Espinosa

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El Derecho a la Ciudad

JUVENTUD, DIVINO TESORO

Salvador García Espinosa

Tomo prestado el título del poema “Canción de otoño en primavera”, del célebre poeta nicaragüense Rubén Darío. En él, con un tono de añoranza se refiere al tema de la pérdida de la juventud, y al sentimiento de melancolía que produce; un fragmento del poema a la letra dice:

Juventud, divino tesoro,

¡ya te vas para no volver!

Cuando quiero llorar, no lloro…

Y a veces, lloro sin querer...

El poema fue publicado en 1905, pero lo recordé porque el pasado 12 de agosto la ONU conmemoró, como cada año desde 1999, el Día Internacional de la Juventud. Si bien no existe una definición universalmente aceptada de las edades para ser considerado joven, para fines estadísticos, la ONU define como población joven a aquellas personas de entre 15 y 24 años.

En la actualidad hay 1.200 millones de jóvenes en el mundo, que representan 16% de la población mundial; las proyecciones estiman que para el 2030 la cantidad de jóvenes habrá aumentado hasta llegar a 1.300 millones de personas. Existe un consenso universal de que los jóvenes constituyen una fuerza positiva para el desarrollo, siempre y cuando se les brinde el conocimiento y las oportunidades que necesitan para prosperar. Es factor sine qua non para impulsar el desarrollo de una ciudad, una región o un país, que los jóvenes adquieran educación y las habilidades necesarias para contribuir a una economía productiva y, obviamente, es necesario crear fuentes de empleo que pueda incorporarlos a la fuerza productiva.

Lamentablemente no está siendo así. La Organización Internacional del Trabajo reportó que, en 2021 aproximadamente 15% de la población joven estaba desempleada; mientras las personas de entre 20 y 24 años, principalmente mujeres, se encontraban sin empleo ni acceso a la educación. Las estimaciones más recientes hablan de que se tendrían que crear 600 millones de puestos de trabajo en los próximos 15 años para satisfacer las necesidades tan sólo del empleo juvenil.

De forma similar a como aconteció en México con el tan esperado “bono demográfico”, que por falta de capacidad para generar empleo no se aprovechó para el impulso al desarrollo, lo que menciona Rubén Darío en su poema ¡ya te vas para no volver!, parece aplicarse a México. En el año 2000 la población entre 15 y 24 años representaba el 19.56% del total de los habitantes del país, para el año 2010 este porcentaje se redujo al 18.62% y, de acuerdo con el Censo 2020, la población joven sigue en decrecimiento con respecto a la población total, pues su peso relativo descendió al 17.26%.

Lo anterior resulta significativamente distinto cuando se analiza por entidades federativas; sólo ocho estados presentan un porcentaje de población joven por arriba del promedio nacional de 17.26%, y estas son Puebla (18.45%), Aguascalientes (18.17%), Chiapas (17.88%), Guanajuato (17.72%), Tlaxcala (17.50%), Baja California (17.41%), Sonora (17.37%) y Durango (17.27%). Las entidades con menor porcentaje de jóvenes son Querétaro (8.37%) y Nayarit (12.16%). Michoacán presenta un indicador ligeramente superior a la media nacional, con 16.81%.

Destaco las anteriores entidades por considerar que más allá de las estrategias nacionales, el peso específico de la población joven demanda estrategias particulares y específicas, tanto en educación como en generación de empleo. De acuerdo con el promedio de años de escolaridad, México ocupa el sitio 102 de 137 países evaluados. El promedio de años de escolaridad del país, de acuerdo con el INEGI, es de 9.74 años, es decir, bachillerato, preparatoria o equivalente. Algunas entidades como Michoacán (8.61 años), Veracruz (8.54 años) y Oaxaca (7.92 años) presentan un doble reto: elevar los años de escolaridad y generar los empleos que demandarán estos jóvenes al incorporarse al mercado productivo.

El panorama para los jóvenes y niños es diametralmente distinto al que hemos enfrentado los adultos hasta hoy día; la ONU señala que la juventud soportará severos eventos climáticos por tiempos más prolongados. Por ejemplo, un niño nacido en 2020 sufrirá olas de calor hasta 7 veces más que aquellos que nacieron en la década de 1960.

En este marco general y ante la incertidumbre del futuro, hoy no se trata de disminuir su paso por los planteles educativos, o de buscar su incorporación laboral lo antes posible, para sustentar una ineficiente estructura productiva que tendrá que enfrentar grandes cambios en el corto plazo; se les debe preparar para conducir la transición hacia un mundo más verde, y el éxito de esta transición dependerá del desarrollo de competencias verdes en la población joven.

Por competencias ecológicas o habilidades verdes se refieren a “los conocimientos, capacidades, valores y actitudes necesarios para vivir, desarrollar y apoyar una sociedad sostenible y eficiente en el uso de los recursos”. De acuerdo con la ONU, entre ellas se incluyen conocimientos y competencias que permiten el uso eficaz de tecnologías y procesos ecológicos en entornos profesionales, así como competencias transversales que se basan en una serie de conocimientos, valores y actitudes para facilitar la toma de decisiones sostenibles desde el punto de vista medioambiental en el trabajo y en la vida.

Hoy se habla de un adultocentrismo, es decir, un sistema basado en la visión de personas adultas, consideradas como la realización máxima del ser humano, y eso tiene su materialización más cotidiana en generar empleos donde se les solicita “años de experiencia”, a sabiendas que en la mayoría de los casos será su primer empleo. Como si todos los adultos hubiéramos llegado con experiencia. Aprovechar la fuerza e ímpetu de la juventud implica un esfuerzo significativo para cambiar la perspectiva del mundo actual, no seguir observando desde los ojos de un “adulto experimentado” que tiene todas las habilidades y capacidades para resolver problemas; el mundo que enfrentarán los niños y jóvenes de hoy tendrá muy poco de las condiciones conocidas, sólo requerimos darles herramientas para enfrentarlo de la mejor manera.