El Derecho a la Ciudad
INDIVIDUO, SOCIEDAD Y CIUDAD
Salvador García Espinosa
Cuántas veces hemos escuchado o leído la frase del filósofo Aristóteles “El hombre es un ser social por naturaleza”. En otras palabras, nacemos con la necesidad de los otros, con la característica de seres sociales, misma que vamos desarrollando a lo largo de nuestra vida. En este sentido, cada uno de nosotros posee una dimensión individual que desarrolla su personalidad y una dimensión social derivada de la convivencia en comunidad desde que nacemos. Ambas dimensiones parecen estar estrechamente vinculadas, pues las cualidades individuales se forjan en gran medida para lograr convivir en comunidad de forma pacífica y armoniosa; aunque el entorno social condiciona nuestra personalidad.
La formación del individuo, es decir, del ser, se da en concordancia con el entorno social; cada uno de nosotros aprendió, desde su niñez, el proceso de sociabilizar como un conjunto de normas que se requieren conocer para relacionarse con nuestros semejantes, pero con autonomía, autorrealización y autorregulación dentro de la dimensión social. Así sabemos y practicamos normas de conducta, de lenguaje, contextos culturales y demás elementos según con quién nos relacionemos, considerando el contexto o rol que tenemos en ese grupo social.
Sin lugar a duda, este proceso de convivencia se vio condicionado con la aparición de las ciudades, la competencia por el espacio, el establecimiento de relaciones entre individuos no solo basadas en parentesco, sino en intercambios comerciales o laborales, entre otros muchos aspectos, dieron origen a lo que se denominó sociología urbana.
Dentro de los estudiosos de la sociología urbana destaca Georg Simmel, quien a finales del siglo XIX se dedicó principalmente al estudio de las consecuencias sociales de la urbanización, pues considera que la ciudad tiende a sustituir las formas tradicionales y cohesivas de la sociedad por un mundo anónimo, complejo y de distanciación entre individuos. Así, la relación entre las desigualdades sociales y el territorio se constituyeron como la discusión fundamental de la sociología urbana. La dimensión espacial adquirió tal relevancia en materia social, que hasta la fecha se considera que los espacios públicos son el lugar de sociabilización por excelencia, pues es donde la población se relaciona, interactúa, genera vínculos de cohesión, etc.
Hoy, los cuestionamientos e interrogantes sobre cómo nos relacionamos en la ciudad resultan vigentes y aún más urgentes. Hace 100 años 9% de la población mundial vivía en una ciudad, y en la actualidad 60% de la población mundial habita en una ciudad; en México 8 de cada 10 habitantes radica en una urbe.
Más allá de discusiones y fundamentos teóricos, creo que todos nosotros hemos experimentado lo que es vivir en una ciudad y los cambios que se han generado conforme aumenta la población. No hace mucho tiempo prevalecía la costumbre de saludarse con los “buenos días” o “buenas tardes” al cruzarse por la calle, aún si se trataba de personas desconocidas. Existía una muy buena costumbre de que cada propietario barría y mantenía limpia la calle al menos en lo que correspondía al frente de su vivienda. Ceder el asiento a una persona de mayor edad o a una mujer en el transporte público, en la banqueta al caminar, etc. Estas y muchas más acciones que podríamos considerar como reglas de urbanidad, es decir como códigos que garantizan la sana convivencia, se han sustituido por prácticas que, en mi opinión, se originan en la prevalencia del individuo sobre la sociedad.
Hoy en día, hay un inusitado impulso a la individualidad, aún en el seno familiar, se impone lo individual sobre lo que podríamos considerar familiar como núcleo básico de lo social. Pensemos que anteriormente, ante la disponibilidad de un solo televisor o radio, los miembros de la familia tenían que concertar gustos y tiempos para el disfrute de programas diversos en la televisión o el tipo de música a escuchar. Hoy en día En la actualidad, la disponibilidad de aparatos reproductores como celulares, computadoras, etc., propician que cada uno de los miembros de una misma familia vea programas distintos, más aún, las plataformas digitales, propician que el individuo tenga que ajustarse a un horario, permitiendo que disfrute de los contenidos que guste, en el momento que lo desee.
En la ciudad pasa algo similar, se impone el individuo, pero en detrimento de sus semejantes que conforman la sociedad. Como ejemplos, pensemos en el egoísmo que representa solucionar el acceso del automóvil a la cochera, en detrimento de la seguridad y comodidad de los peatones que transiten por enfrente de nuestra vivienda. ¿Cuántas rampas se han construido sobre las banquetas que obligan al peatón a transitar por el arroyo vehicular?
La imperiosa necesidad de buscar resguardo ante la inseguridad de la ciudad nos ha llevado a construir desarrollos “privados”, “cerrados” o simplemente “bardeados” para que los vecinos tengan el control de quién accede al conjunto habitacional. Si bien, dicha estrategia puede resultar justificada ante la incapacidad de la autoridad correspondiente por garantizar la seguridad de los ciudadanos, la generación de entornos seguros no debe ser a costa de propiciar más inseguridad en la ciudad. Se debe tener plena conciencia de que los entornos bardeados, generan calles desoladas, donde los peatones transitan bajo la inseguridad que representa el no ser observado por la demás gente, sin posibilidades de huir ante un asalto, sin ser escuchado al momento de pedir auxilio, etc. La seguridad individual no se debe construir en detrimento de la seguridad social.
Todos y cada uno de nosotros, desde lo individual y desde lo familiar, podemos contribuir a mejorar el entorno en el que nos desarrollemos socialmente, pero sin duda, las autoridades locales tienen la principal responsabilidad de velar porque prevalezca el interés de lo público sobre el interés individual.