Migrantes ambientales. El análisis del Dr. Salvador García Espinosa en “El Derecho a la Ciudad”

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El Derecho a la Ciudad

MIGRANTES AMBIENTALES

Salvador García Espinosa

Con toda seguridad Usted, como yo, ha observado en su ciudad algunas personas en cruceros de calles y avenidas pidiendo apoyo económico, cuyas características físicas nos hacen pensar que se trata de inmigrantes sudamericanos o incluso africanos. Y efectivamente, por increíble que parezca, dada la lejanía geográfica; el número de migrantes de países africanos en México ha aumentado de 460 en 2007 a más de 5.800 en 2019.

Durante el 2019, el Instituto Nacional de Migración registró en la frontera sur inmigrantes de países como Afganistán, Eritrea, Bangladesh, Nepal, Pakistán, India, China y Nigeria, además, claro está, de los provenientes de países del propio continente americano.

Hace poco más de un año, los titulares de noticias daban cuenta de caravanas de migrantes provenientes del sur y centro del continente americano, que se aproximaban a la frontera sur de México con rumbo a Estados Unidos. Hoy, como pasa con muchos temas, nos acostumbramos y parece ya no sorprendernos. Debemos de entender que ignorar un tema no implica que éste desaparezca, por el contrario, lo más probable es que se acreciente o agudice.

Aunque en México, la idea de migración siempre la vinculamos a Estados Unidos, a las remesas, a los paisanos, etcétera, debemos comprender que se trata de un fenómeno mundial. Según la estimación más reciente de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en 2020 aproximadamente 281 millones de personas emigraron a otro país distinto al de su origen, el equivalente al 3.6% de la población mundial. En este marco, no debería sorprendernos que, cada día, veamos más inmigrantes en nuestras ciudades mexicanas, provenientes de países que, aunque lejanos en su geografía, resulta cercanos a nuestra realidad cotidiana.

Tradicionalmente, los flujos migratorios se atribuyen a la búsqueda de una mejora económica, incluso a conflictos bélicos y, más recientemente, a la inseguridad por carteles de narcotraficantes que, ante la ausencia del gobierno, asumen el control de un territorio. Pero lo que rara vez se menciona, es que muchas de las emigraciones están siendo causadas por el cambio climático. Por increíble que parezca, este es el motivo, cada vez más frecuente, por el que las personas dejan su lugar de origen.

El registro indica grandes desplazamientos de personas a causa de desastres naturales, en Brasil 86.000 personas, seguido de Colombia con 67.000 habitantes y de Cuba 52.000 individuos. El primer informe Groundswell del Banco Mundial proyectaba que, para 2050, el cambio climático podría impulsar la migración de 143 millones de personas; el nuevo informe Groundswell, que acaba de presentarse en días recientes, actualiza la cifra a 216 millones de migrantes climáticos para 2050 en todo el mundo.

Todos escuchamos de los ciclones, huracanes y tormentas, como la noticia del día, pero no reflexionamos en torno a cuantas personas pierden todas sus pertenencias y se ven obligados a emigrar. En noviembre de 2020 los huracanes “Eta” e “Iota”, de categorías 4 y 5, respectivamente, arrasaron América Central y dejaron a 7 millones de personas damnificadas en diez países, entre ellos: centroamericanos, caribeños e incluso habitantes del sureste mexicano. La OIM realizó un estudio de seguimiento a desplazamientos, consecuencia de los huracanes “Eta” e “Iota”, que causaron la migración de 1.7   millones   de personas provenientes de Nicaragua, Guatemala y Honduras.

Hay que destacar que el destino final de todos los migrantes, nacionales e internacionales, son las ciudades, incluso en la Nueva Agenda Urbana adoptada en la Conferencia Hábitat III del Ecuador en 2016, los Estados están reconociendo cada vez más el papel de las ciudades en la organización de los servicios adecuados, para atender a las necesidades de los migrantes.

A partir del 2008, el Consejo de Europa lanzó el programa Ciudades Interculturales para ayudar a las ciudades a sacar el máximo provecho de la diversidad; la idea de las ciudades interculturales ha cobrado impulso en las últimas dos décadas. Las ciudades son evaluadas mediante un índice en función de sus políticas, su gobernanza y sus prácticas interculturales. Los estudios han demostrado una correlación positiva entre la puntuación obtenida por las ciudades y el bienestar local. En otras palabras, cuanto más interculturales son las políticas, mejor es la calidad de vida. Claro que lo anterior, es posible, solo cuando se toma plena conciencia del fenómeno migratorio y se diseñan las políticas públicas adecuadas, que permitan aprovechar las capacidades y habilidades de los migrantes.

La OIM define a los migrantes ambientales como: “las personas o grupos de personas que, por razones imperiosas de cambios repentinos o progresivos en el medio ambiente, que afecten negativamente su vida o sus condiciones, se ven obligados a abandonar su lugar de residencia habitual, o deciden hacerlo ya sea temporal o permanentemente, ya sea en su país o en el extranjero”.

Por increíble que parezca, las evidencias científicas sobre el cambio climático y sus efectos ha sido plenamente aceptados por la comunidad científica, incluso en algunas esferas políticas, pero prevalece una resistencia a reconocer legalmente una nueva categoría de migrantes conocidos como refugiados o migrantes ambientales.

México tiene un gran reto, pues no debe reducir su política migratoria a su condición de país de paso, o a simplemente coadyuvar con nuestro país vecino a la ampliación de fronteras de contención. Hoy en las ciudades fronterizas aún están los migrantes de aquellas primeras caravanas esperando pasar “al otro lado”, población que se acrecienta con las deportaciones que realiza Estados Unidos. Los gobiernos municipales no deben ignorar la realidad que Usted y yo observamos, cada vez con mayor frecuencia, en algunos cruceros viales.