El consumo del encuentro social; la reflexión del Dr. Salvador García Espinosa

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El Derecho a la Ciudad

EL CONSUMO DEL ENCUENTRO SOCIAL

Salvador García Espinosa

Durante la pandemia, quedó de manifiesto la necesidad individual y social de la convivencia, del encuentro social, el “Quédate en tu casa” nos obligó al aislamiento social, en donde de forma adicional a los problemas generados por deficiencia en la vivienda, habría que sumar los derivados por la falta de contacto social, aquellos generados ante la imposibilidad de acudir a espacios de convivencia. Hay que recordar que conforme la ciudad se ha extendido, la mezcla de usos de suelo ha disminuido, anteriormente en los barrios era común que se tuvieran establecimientos comerciales, servicios, equipamientos y viviendas en el mismo barrio e incluso en el mismo inmueble. A finales de la primera mitad del siglo XX, las colonias y fraccionamientos fueron esquemas urbanos básicamente habitacionales.

Al separar las zonas habitacionales de las zonas comerciales y de servicios, hasta llegar al extremo de generar extensos conjuntos habitacionales ha incrementado la necesidad de espacios públicos, que propicien el encuentro social entre sus habitantes. Desafortunadamente, en dichos desarrollos habitacionales los predios destinados a espacios verdes no sólo son insuficientes, sino que carecen del equipamiento que proporcione confort, incluso de árboles, por lo que los habitantes se ven en la necesidad de trasladarse hasta un parque, el centro urbano o incluso, de manera más recurrente, acuden a un centro comercial.

Hasta mediados del siglo pasado, en prácticamente todas las ciudades, era incuestionable el carácter comercial del centro urbano, los habitantes de la ciudad acudían a la zona centro para la compra de artículos de consumo cotidiano, pues era el único sitio donde se concentraban los mercados que hacían posible el abasto y más aún cuando se trataba de productos más especializados, como ropa de vestir, materiales para algún trabajo, refacciones, etcétera, la centralidad comercial resultaba incuestionable.

Después de la segunda mitad del siglo pasado, surge la necesidad de satisfacer las necesidades de consumo, para no tener que acudir de forma cotidiana “hasta el centro y fue así, que surgieron las primeras concentraciones de espacios comerciales y que, conforme la ciudad se expansión, el número de consumidores incentivó el crecimiento y la transformación de los espacios comerciales de tiendas y locales, hasta llegar a lo que hoy conocemos como centros comerciales.

Los primeros centros comerciales, se caracterizaban tiendas para el abasto de artículos precederos o básicos, con tiendas departamentales de artículos exclusivos, así como algunos establecimientos de esparcimiento como los cines. Una de sus principales características arquitectónicas de estos complejos comerciales era que constituían recintos prácticamente cerrados a los que se acceder por varias puertas. Claro esta, que estas puertas generaban una clara diferencia entre el exterior y el interior, de forma tal, que sólo ingresaban los interesados en adquirir algún producto. Era una práctica común en Morelia, (en algunas ciudades lo sigue siendo), el que los jóvenes se concentraran en el exterior de las tiendas, en los espacios de estacionamientos como un sitio de encuentro y convivencia social.

Tal vez ante la carencia de espacios y el incremento poblacional propició que la demanda de espacios públicos fuera capitalizada por los empresarios y los centros comerciales se fueron transformando bajo la idea de recrear el espacio público, pero en un ámbito privado, en donde la convivencia social esta condicionada a consumir. Así que ahora, para muchos, salir a pasear implica salir a gastar, ir al cine, un restaurante, un café, una nieve, etcétera, etcétera, se paga desde el transporte y hasta la permanencia del auto en el estacionamiento.

Hoy las puertas en los centros comerciales son casi inexistentes, a fin de que el publico ingrese con “menor compromiso” y se hace posible una amable transición entre lo publico y lo privado, casi imperceptible para el usuario. En el ámbito comercial, si bien, aun existen las grandes tiendas departamentales conocidas como “tienda ancla”, se han incorporado en su mayoría pequeños establecimientos, tiendas de ropa, calzado, e incluso tiendas que ofertan una serie de accesorios de menor valor y por lo tanto de consumo más frecuente y cotidiano, como revistas, nieves, dulces, boletos de lotería, etcétera, además se han incluido restaurantes, cafés, expendios de comida rápida, se complementó el esparcimiento ya no sólo en instalaciones de cines, sino en juegos, videojuegos, carritos en renta o trenecito, se tienen servicios como gimnasios, consultorios estéticos, salones de belleza e incluso capillas religiosas.

Este cambio en el giro de los establecimientos, no es casual, hoy en día, después de los lugares de trabajo y escuelas, los centros comerciales son los principales sitios de convivencia social. Los habitantes de una ciudad acuden al centro comercial, en busca del “encuentro social”, para convivir con amigos y familiares, para conocer gente, para noviar, para pasar el tiempo, pero siempre bajo la condicionante del consumo.

Los centros comerciales son claras las evidencias de que conforme el binomio consumo-socialización se fortalece, las posibilidades del encuentro social en sentido vertical se debilitan en aras de buscar la convivencia entre iguales, es decir con gente que corresponde a su mismo nivel socioeconómico. En términos generales, un individuo de un sector económico favorecido, acude a un colegio particular, donde seguramente sus compañeros tienen una muy similar posición socioeconómica, incluso frecuentarán los mismos sitios de esparcimiento, el mismo club deportivo, bar o antro, tiendas, restaurantes, centro comercial e incluso una determinada sala de cine; todo en función de los recursos económicos disponibles. En otros segmentos socioeconómicos ocurre exactamente lo mismo, se seleccionan escuelas, gimnasios, tiendas, restaurantes, etcétera, siempre de acuerdo a los recursos económicos disponibles, sean estos abundantes o escasos.

Esta vinculación horizontal, entre iguales, trae como consecuencia una pérdida del capital social, entendiendo como tal, la sociabilidad que es capaz de generar un determinado grupo humano y gracias al cual, son posibles aspectos que permiten la colaboración. En otras palabras, el capital social está formado por las redes sociales (las verdaderas, no Facebook, Instagram, WhatsApp, etc.), es decir, las relaciones que un individuo establece con otros y que hacen posible la confianza mutua y la solidaridad. Una muestra evidente de cómo actúa este capital social, es sin duda, el actuar de la sociedad en su conjunto, ante los sismos acontecidos en la Ciudad de México.

La convivencia entre “iguales” debilita el capital de una sociedad, a grado tal, que puede acontecer una desgracia, un desastre natural o cualquier evento en la misma ciudad que habitamos, pero por afectar a los otros, nos es ajena e inclusive indiferente, lo que sin duda equivale a una fractura de lo que comúnmente conocemos como sociedad, para conformar sociedades distintas e incluso ajenas, que habitan un mismo territorio. El incremento de áreas verdes y de espacios público, además de la calidad de dichos espacios, resulta fundamental para la sociedad, pues tenemos el reto de revertir la asociación consumo-convivencia y debemos fermentar que a través del encuentro en espacio verdaderamente públicos, se generen verdaderas redes sociales que permitan no solo ser mejores individuos, sino contribuir a una mejor sociedad.