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EL DERECHO A LA CIUDAD

¿Y LAS MUJERES EN LA CIUDAD?

POr: Salvador García Espinosa

Alguna vez se ha preguntado quien decidió cuanto debe medir una silla, a que altura poner el pasamanos en los autobuses, la altura de los gabinetes de la cocina, la altura de los apagadores, así como tantas y tantas cosas que se nos presentan como bien diseñadas y las incomodidades o problemas de funcionamiento recaen del lado del usuario pues seguramente no tiene las dimensiones ergonómicas ideales”. Algo similar ocurre en la ciudad, que bajo el principio de que debe ser diseñada para el disfrute de todos los ciudadanos, se han diseñado para un enfoque masculino y no se ha considerado a las mujeres en la planificación de las ciudades, ni el de ancianos o niños.

Hoy en día es común escuchar una demanda permanente por la equidad de género y por la inclusión, el urbanismo no es ajeno a este proceso, pues la construcción misma de la ciudad debe ser reflejo del cambio en la familia y en la sociedad. La lucha de las mujeres por el reconocimiento de que su aporte a la sociedad no es sólo reproductivo, que han pasado de la invisibilidad y rezagadas en el dominio de lo privado, a nuevos roles de participación activa en la sociedad y por lo tanto en el espacio público.

En el diseño convencional de nuestras ciudades resulta evidente que existe un sesgo de género que condicionan la experiencia de vivir la ciudad, particularmente en detrimento de las mujeres. Algunas evidencias de esta situación es la necesidad de incorporar transportes exclusivos para mujeres como taxis o vagones del metro, cuando se escuchan voces recomendando horarios para transitar por la ciudad o lugares considerados como de alto riesgo.

La relevancia de este asunto de incluir la perspectiva de género en el urbanismo  radica en  considerar que el objetivo de toda ciudad es garantizar una mayor equidad en el uso y disfrute del espacio urbano para todos sus habitantes y más aún para las mujeres, por la multiplicidad y superposición de roles de la mujer; madre, dueña de casa, trabajadora, etc., requieren determinadas condiciones espaciales para el vínculo y uso del entorno: infraestructura vial, redes de servicios, espacios públicos y equipamiento que impactan en el acceso a los servicios públicos urbanos.

Algunos aspectos concretos que ilustran la desigualdad señalada, están por ejemplo en asumir que todos actuamos bajo los mismos patrones de movilidad, ignorando que generalmente los horarios de trabajo de muchas mujeres son parciales, ante la necesidad de combinarse con la atención de los niños, de la preparación de alimentos en el hogar, cuidar a los hijos, o incluso atender a familiares enfermos.

Mucho se habla de la dispersión urbana que han ocasionado los desarrollos habitacionales alejados de la mancha urbana, pero poco se atiende el hecho de que son las mujeres las que más resienten esta alejada localización de la vivienda, que no hace posible el aprovechamiento de sus redes sociales de apoyo y que el alto costo inherente a la movilidad las llevan a autoexcluirse y centrarse en sus tareas doméstico/familiares, lo que en definitiva las restringe en sus potencialidades y proyecciones. Un número considerable de mujeres, se ven obligadas a conjugar las exigencias de los roles productivo y reproductivo en un mismo espacio, situación que se ve limitada por acciones en el supuesto control de usos de suelo, además de disminuir sus oportunidades no sólo en el campo laboral sino también en términos de autonomía, participación colectiva y organización social. 

La experiencia en la incorporación de perspectiva de género en el diseño de las ciudades, permite identificar algunos aspectos puntuales que deben cambiar en las ciudades actuales, que por pequeños e insignificantes que puedan parecer, representan adecuaciones que permiten potencializar la movilidad de las mujeres en el espacio público. El diseño de los espacios público, debe de incorporar mobiliario que diversifique las actividades que se consideran van a desarrollarse, permitiendo la convivencia y cercanía de espacios de estar con juegos infantiles, jardines, fuentes, etc. Otro aspecto, es la cantidad, accesibilidad y calidad en el diseño de servicios sanitarios, pues sus requerimientos espaciales son mayores que los sanitarios de los hombres, pues basta considerar que acuden acompañados de sus hijos, bebes e incluso con carriola. Tan sólo considerar el caminar con zapatos de tacón propiciaría cambiar la textura de muchos de los espacios “peatonales”.  

De manera prioritaria es necesario observar nuestras calles, desde la perspectiva de la inseguridad, las estadísticas indican que 8 de cada 10 mujeres han experimentado violencia sexual en la calle, 6 de cada 10 han sido testigo de algún caso de violencia sexual y no han actuado para evitar, 2 de cada 5 mujeres han modificado sus recorridos, horarios o motivos de viaje, para evitar volver a sufrir algún acto de violencia. De acuerdo con el reporte del INEGI, las victimas por delitos sexuales, donde las mujeres cuentan con una tasa de incidencia de 2 mil 733 delitos por cada cien mil mujeres, mucho mayor a los mil 764 delitos estimados en 2016, y seis veces mayor a la de los hombres, con 445 delitos en 2018.

Los espacios para transitar, aceras, plazas y cruce de calles, en su mayoría no contempla la circulación de carriolas, los espacios para sentarse en cantidad, diversidad y distribución necesarios para la espera de algún transporte, el descanso breve antes de continuar el caminar o del encuentro casual con algún conocido. A manera de ejemplo, hay que señalar que en Michoacán el 60% de los viajes a la escuela se realizan caminando y el 24% en transporte público, lo que hace suponer que buena parte de estos viajes son de mujeres acompañando a sus hijos a la escuela.

La planificación y el diseño de las ciudades que hoy habitamos, responden a una estructura social donde el hombre era el protagonista principal y la mujer se diluía en el seno de la familia. La mujer es, hoy en día, la fuerza transformadora de la sociedad y el urbanismo debe ser responsable de otorgar en la ciudad el lugar y el espacio que la mujer ocupa en la sociedad, aunque para ello ser necesario conceptualizar a la ciudad de forma distinta, incorporando como uno de los fines específicos la igualdad de género, teniendo en cuenta las diferencias entre mujeres y hombres en cuanto al acceso y uso de los espacios, infraestructuras y equipamientos urbanos.

Es preciso señalar que los enfoques sobre género en la ciudad si bien en los medios tienden a sobre representar a las mujeres como víctimas en una ciudad de hombres, se debe matizar el enfoque desde el miedo, que, si bien es urgente, no es el único y distrae de una discusión que debiese abonar más hacia la equidad de acceso y no solo hacia la seguridad y vigilancia en el espacio público. El enfoque desde el urbanismo resulta primordial a la hora de establecer una nueva mirada para buscar construir una ciudad mejor.

La manera de empezar a subsanar las deficiencias de la ciudad actual, si bien pasa por incorporar más mujeres a las mesas de diseño y toma de decisión sobre la ciudad, con la seguridad de que las mujeres actúan como representantes de otros grupos minoritarios como niños y ancianos; se requiere instrumentar la generación de más y mejores indicadores urbanos. Es urgente medir la realidad de la ciudad, sin abstracciones que busquen igualar las necesidades que tenemos hombres y mujeres; sin juicios de valor, morales o culturales, que imaginen una sociedad donde hombres y mujeres se ocupan del cuidado de otros por igual. Asumamos nuestras diferencias físicas y culturales, y actuemos en conjunto para construir ciudades más justas para todos, donde se garantice la accesibilidad de todos a un mejor modo de vida. Incorporar el género a la discusión del diseño urbano es fundamental para conseguir los objetivos de justicia, sostenibilidad y accesibilidad que deseamos para nuestro país.