El Derecho a la Ciudad
QUE TERMINE EL MAQUILLAJE VERDE
Salvador García Espinosa
Ante los efectos del Cambio Climático se han instrumentado diferentes acciones; una de las más significativas ha sido el denominado “Acuerdo de París”, conocido así porque fue en París donde se llevó a cabo la 17ª Conferencia de las Partes de la Convención de la ONU, el 12 de diciembre del 2015, con el principal objetivo de “Mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2oC con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1.5oC con respecto a los niveles preindustriales, reconociendo que ello reduciría considerablemente los riesgos y los efectos del cambio climático”.
Para lograr este objetivo, el Acuerdo de París señala en su Artículo 4º que los países miembros deberán “reducir rápidamente las emisiones de gases de efecto invernadero, de conformidad con la mejor información científica disponible, para alcanzar un equilibrio entre las emisiones antropógenas por las fuentes y la absorción antropógena por los sumideros en la segunda mitad del siglo, sobre la base de la equidad y en el contexto del desarrollo sostenible y de los esfuerzos por erradicar la pobreza”.
En este contexto adquiere relevancia el hecho de que esta semana se celebra en Egipto la 27ª Conferencia de las Partes (COP27) de la Convención de la ONU sobre cambio climático y, sin lugar a dudas, ha despertado un interés inusitado, principalmente porque, como sucede en muchos casos, una cosa son los deseos y otra los esfuerzos. En lo concerniente a la disminución de emisiones de CO2, el informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, en su más reciente informe de abril del presente año, señala que: “Incluso si los países comenzarán a reducir drásticamente sus emisiones hoy mismo, el calentamiento global total probablemente aumentaría alrededor de 1,5 grados Celsius en las próximas dos décadas, un futuro más caluroso que ya está prácticamente asegurado”.
Lo relevante del caso es que, a decir de los expertos, la industria que gravita en torno a los combustibles fósiles, así como otras consideradas como principales emisoras de CO2 en el planeta, han orientado sus acciones e influencia política, en el desarrollo de estrategias “mágicas” que no contribuyen a la reducción de emisiones, sino que buscan generar nuevos nichos de mercado. En otras palabras, ven en la preocupación ambiental una oportunidad económica y financiera, tal como ocurre con estrategias como las emisiones cero, mercados de carbono, compensaciones y eliminaciones, muchas de las soluciones basadas en la geoingeniería.
Se considera que todas estas propuestas no resuelven el problema, porque ninguna de ellas propicia una disminución de emisiones, por el contrario, permiten a los contaminadores seguir contaminando e ignorando el cambio climático; además de permitirles presentarse ante la sociedad como empresas ambientalmente responsables, por esto se les califica como “maquillaje verde”.
La estrategia de “cero neto” asume que se puede continuar y hasta aumentar las emisiones si se compensan con la remoción de carbono de la atmósfera o, si se pueden resarcir el daño a través de áreas de captura de carbono; pero resulta ser sólo un truco de “doble contabilidad”, pues esos bosques ya realizan una captura de CO2 y ahora mediante mecanismos financieros pretenden justificar su existencia, a fin de continuar con la extracción de combustibles fósiles, en lugar de reducir las emisiones de gases con efecto invernadero.
Las propuestas “basadas en la naturaleza” resultan un término intencionalmente vago y mal definido para poder aplicarlo a tantos proyectos como sea posible, con el fin de maximizar la apropiación y/o manipulación de bosques, tierras, costas y océanos. La corriente principal se basa en la manipulación genética de cultivos, árboles e incluso de toda la microbiota del suelo, para forzarla a absorber más carbono o reflejen más luz solar. Si bien pueden resultar atractivas, se ignoran los impactos adversos asociados que podrían agravar la crisis que estamos viviendo con respecto al clima, el medio ambiente y la biodiversidad.
Hoy se plantean estrategias sobre la apropiación y uso de los océanos, con el fin de aumentar su capacidad de absorción de gases contaminantes. La perspectiva de nuevos mercados de carbono ha impulsado la promoción de tecnologías denominadas de geoingeniería marina, que van desde la fertilización de los océanos hasta la plantación masiva de algas a gran escala. Estos denominados “pastizales marinos” o “nutrición oceánica” amenazan el entorno marino natural, al atraer enfermedades y desplazar la biodiversidad y la cadena alimentaria vital de la que son parte las algas naturales. El océano no sólo es el pulmón del planeta, sino también “su mayor sumidero de carbono”, ya que absorbe el 25% de todas las emisiones de dióxido de carbono, y captura el 90% del calor adicional generado por esas emisiones.
Es extremadamente preocupante el impulso que se pretende dar a los mercados de “carbono azul”, en lugar de pretender disminuir las emisiones de CO2, en lugar de enfrentar las consecuencias del Cambio Climático con acciones y soluciones reales, para lograr que el aumento de la temperatura global siga por debajo de 1.5oC.
Es impostergable que las acciones se concentren en garantizar la reducción profunda y rápida de las emisiones de gases con efecto invernadero, en lugar de promover la remoción de carbono mediante la geoingeniería, pues distrae del objetivo principal de la rápida reducción de emisiones que el mundo necesita. Se debe actuar fuera de la lógica económica, debemos olvidar los beneficios económicos y concentrarnos en beneficios ambientales para todos los habitantes del planeta, sin importar su condición económica o social.