El Derecho a la Ciudad
INNOVACIÓN Y SUSTENTABILIDAD
Salvador García Espinosa
El 20 de enero de 1949, con el discurso del presidente estadounidense Harry Truman, se inaugura una etapa sobre el desarrollo de los países, cuando se utiliza por primera vez el vocablo de subdesarrollo, para establecer una ruta a través de la cual pudieran llegar a ser desarrollados a través de un proceso de industrialización. Desde ese momento la idea prevaleciente de alcanzar el desarrollo ha estado estrechamente ligada a la prosperidad económica, dejando de lado infinidad de aspectos sociales e incluso medioambientales.
En este marco, las industrias y empresas han buscado a toda costa incrementar su competitividad para incentivar su productividad y de esta forma concentrar mayores recursos financieros y un elemento clave para lograrlo ha sido la innovación. Entendiendo como tal, el proceso de innovar, tornarse nuevo o renovar, es decir, se introduce al mercado una novedad, sea esta una nueva idea, conceptos, productos, servicios y/o prácticas, con la intención de ser útiles para el incremento de la productividad y la competitividad.
Lo anterior ha quedado de manifiesto con cada producto nuevo que se nos ofrece en el mercado, para consumirlo, aún y cuando no se requiera. Tal vez, el ejemplo más obvio sea el de los teléfonos celulares, en donde ninguno de nosotros tenia la “necesidad” de usarlo, se nos creo a través de la mercadotecnia y ahora, cada determinado tiempo, tenemos la “necesidad” de adquirir un nuevo aparato telefónico, porque la obsolescencia programada propicia que “ya no sirva”.
La innovación ha resultado tan exitosa en el ámbito económico que, incluso hoy en día, se identifican cuatro tipos de innovaciones: 1) Innovaciones de producto, como el ya mencionado de los celulares, es decir, la introducción de un bien o servicio que no existía (nuevo)o significativamente mejorado con respecto a sus características o aplicaciones previas. 2) Innovaciones de proceso, consistentes en la implementación de un método de producción o de entrega, nuevo o significativamente mejorado, tal como acontece en procesos, equipo y/o software. 3) Innovaciones organizativas, introducción de un nuevo método organizativo en las practicas, la organización del lugar de trabajo o las relaciones exteriores de la empresa, tal como son los casos de Amazon, Uber, etc. 4) Innovaciones de mercadotecnia, consistentes en la implementación de un nuevo método de comercialización que implica cambios significativos en diseño o empaque del producto, ubicación del producto, promoción del producto o valoración.
Hay que señalar que los distintos procesos de innovación, han ignorado las condiciones medioambientales, incluso muchas de las innovaciones se han sustentado en una explotación irracional de los recursos naturales, a tal grado que hoy enfrentamos un grave deterioro ambiental cutos efectos visibles nos han obligado a replantear el paradigma del desarrollo económico como único camino para que una sociedad alcance una calidad de vida.
Hoy en día, su busca como una de las alternativas, encauzar las experiencias de innovación, pero no para incrementar la competitividad, sino para impulsar la sustentabilidad de las ciudades. En términos generales, un desarrollo ambientalmente sustentable exige la consideración de las actividades económicas en un marco más amplio que, el del simple crecimiento del valor agregado de la producción, como lo mide el PIB.
Para nuestro caso particular de Morelia, lo anterior, debe permitirnos entender que las ciudades están inmersas en un proceso de competitividad urbana, en el que se consideran no sólo factores económicos y sociales, sino que hoy en día, fundamentalmente los ambientales. Buscar que una ciudad se acerque al cumplimiento de los criterios de sustentabilidad requiere una reestructuración significativa de su sistema productivo.
Todo lo anterior es marco propicio para reevaluar la pertinencia del proceso de industrialización seguido hasta el momento, en específico me refiero a la empresa Celulosa y Papel de Michoacán S. A. (CEPAMISA) que se instaló en los años setenta del siglo pasado con la finalidad de aprovechar el recurso forestal de Michoacán y la disponibilidad de agua para garantizar el proceso industrial correspondiente, en ese entonces se hablaba de un aprovechamiento diario de 1,500 metros cúbicos de madera y la extracción de 30 mil litros de agua potable.
Hoy esta empresa forma parte del corporativo multinacional Kimberly Clark y además de incentivar la explotación de los bosques michoacanos, consume agua del manantial La Mintzita en un equivalente a un tercio del consumo de toda la ciudad de Morelia y descarga sus contaminantes al río Grande, para tener como destino final el lago de Cuitzeo.
La empresa es un ejemplo en donde la innovación solo se ha enfocado a la competitividad comercial, en el 2018, se inauguraron instalaciones renovadas para iniciar una moderna línea de producción de papel higiénico, la inversión acumulada para el 2020 era de 250 millones de dólares.
Hoy, es necesario conciliar el posible beneficio económico de la empresa para el entorno local, en materia de empleos, con el impacto negativo en el deterioro ambiental provocado. Se debe ponderar el beneficio que genera el consumo de agua para los procesos industriales en contraposición con el beneficio de ese recurso para satisfacer las demandas de la población. Se demanda información confiable para conocer si los procesos industriales llevados a cabo en la industria, afectan la calidad del aire que respiramos todos los morelianos.
No se pretende evitar el funcionamiento de la empresa de Kimberly Clark, sino de que se coordine desde los diferentes niveles del gobierno proceso de innovación tecnológica, social y de procedimientos, pero ahora con el objetivo de eliminar los impactos negativos sobre el medio ambiente, de forma tal que Morelia contribuya a alcanzar niveles de mayor sustentabilidad en Michoacán.