El Derecho a la Ciudad
EN BUSCA DE UN PARADIGMA
Salvador García Espinosa
Más allá del origen etimológico de la palabra paradigma, que en el griego antiguo significa modelo o ejemplo, este concepto se puso de moda dentro del campo de las ciencias a partir de la publicación en 1962, cuando Thomas Kuhn publicó su libro La estructura de las revoluciones científicas, donde propone utilizar el término paradigma para referirse a “realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica“.
En palabras del mismo autor, un paradigma es un sistema de creencias, principios, valores y premisas que determinan la visión que se tiene del mundo, porque establece aquello que debe ser observado; las interrogantes que deben desarrollarse para obtener respuestas, y marca pautas que indican el camino de interpretación para los resultados que se desean obtener.
Puede señalarse que un paradigma es como un gran paraguas que garantiza que todos los que se ubican debajo de él, comparten premisas sobre la forma de pensar. Desde mediados del siglo pasado, buena parte del mundo, principalmente el occidental, donde nos encontramos, hemos actuado bajo el paradigma de TRANSFORMA LA NATURALEZA PARA TU BENEFICIO PERSONAL.
Claro que el proceso de imponer una forma de ver y entender el mundo (paradigma) no es nada sencillo, requiere de tres factores fundamentales: Dinero, Ideas y Discursos, además claro está, del tiempo para lograr su propagación. Así, la visión actual que responde a la lógica económica fue impuesta por países otrora denominados “desarrollados”, a través de organismos de financiamiento internacionales que ofrecieron, y aún ofrecen, apoyo económico para instrumentar políticas que impulsen una única forma de ver el mundo. Las ideas preponderantes se difundieron a través de las universidades más prestigiosas, al igual que en los múltiples organismos e instituciones internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la CEPAL, entre muchos otros que ayudaron a propagar un discurso único.
Ejemplo de lo anterior es el caso de los postulados económicos, que nos han hecho pensar que la idea de crecimiento económico es equiparable con la de desarrollo, que el bienestar de las personas depende de su capacidad económica, que los recursos, aunque los llamemos “no renovables”, son vistos como simples insumos y cuyo agotamiento se justifica en términos del beneficio económico que proporcionen.
Hoy, se puede decir que existe una amplia conciencia de que pensar y actuar bajo el paradigma de uso de la naturaleza para nuestro beneficio, nos ha llevado a un abuso, y es la causa principal de tanto daño al planeta, al grado de llegar a poner en riesgo nuestra propia existencia.
Pero hay que señalar que cuando un paradigma ya no puede satisfacer los requerimientos es decir las expectativas creadas, como en la actualidad pasa con las desigualdades sociales en materia económica, en materia de bienestar, de seguridad, e incluso de calidad ambiental, se dice que el paradigma entra en crisis o se agotó, y es necesario buscar otro como alternativa para perseguir los objetivos deseados.
Nos encontramos en este proceso de transición; buena parte de la comunidad científica argumenta que se debe abandonar el paradigma económico. El asunto radicalmente relevante es que se identifican varias propuestas “en construcción”, tal es el caso del Desarrollo comunitario, Desarrollo cultural, Desarrollo sustentable, Desarrollo participativo, Desarrollo local, Desarrollo humano, Desarrollo local e incluso la propuesta del Decrecimiento.
De las enunciadas anteriormente, la que más se ha difundido es, sin duda, la del “Desarrollo sustentable”, pero aún queda mucho por construir para conformar una verdadera visión del mundo, a partir de la cual se puedan desarrollar postulados teóricos, metodológicos y sobre todo y más importante, la construcción de nuevos valores, acordes al respeto que debemos tener por el Planeta.
El “desarrollo sustentable” asume que es posible un desarrollo, mejora cualitativa o despliegue de potencialidades, sin crecimiento, es decir, sin incorporación de mayor cantidad de energía ni de materiales. En contraposición, el desarrollo económico ha traído importantes desafíos globales que deben ser superados para evolucionar hacia una sociedad sostenible en la que se garanticen unas condiciones de vida dignas para todos en las generaciones actuales y futuras.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) adoptados por las Naciones Unidas en 2015, representan la agenda global más ambiciosa aprobada por la comunidad internacional. Aunque es preciso señalar que 15 años antes, los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) ya se habían planteado algunos de los objetivos como: acabar con el hambre, reducir la pobreza, alcanzar la educación básica universal o conseguir el 0.7% de ayuda al desarrollo para los países más pobres, todo esto sin éxito.
Además de considerar que los ODS concentran viejas promesas incumplidas, se cuestiona su universalidad por el hecho de que, de sus 169 Metas, 27 de ellas son únicamente de aplicación para los países en desarrollo, lo que representa un 16% del total. Además de que pone el énfasis en abatir aspectos que son consecuencia del modelo de desarrollo y no en modificar éste.
Queda claro que el reto que enfrentamos hoy como humanidad es mayúsculo; es urgente buscar un nuevo modelo que garantice LOGRAR NUESTRO BIENESTAR EN EQUILIBRIO CON EL ENTORNO NATURAL; QUE NOS ES INDISPENSABLE PARA VIVIR.