El delirio de una elección, el análisis de Patricia Padrón, en su columna “Órbita”

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Morelia, Mich.- 05 de julio de 2020.- En Michoacán, la pandemia camina de la mano con el proceso electoral del 2021, una mezcla que se torna peligrosa porque, en su afán de proyectarse y colocarse en la bandeja de candidateables, los prematuros aspirantes relajan las medidas que impone un virus que ha matado, hasta el viernes 3 de julio, a más de 29 mil personas en México y contagiado a casi 240 mil.

Roberto Pantoja es un nítido ejemplo. El delegado de Programas para el Bienestar se destapó en una entrevista con La Voz de Michoacán, donde a pregunta expresa de si quiere ser candidato de Morena a la Gubernatura, respondió con un “claro que sí”. Y, sin recato y presuroso, el funcionario de la 4T socializó su interés electorero en su cuenta personal de Facebook.

¡Qué raro! Porque en octubre pasado, la misma pregunta, al mismo personaje, tuvo como resultado una respuesta totalmente distinta. “No voy a distraerme en eso. A mí que me den por muerto”, aseguró en aquella ocasión.

Pero ni muerto ni distraído. Pantoja ya arrancó campaña, aunque en sus declaraciones galope el síndrome de la Chimoltrufia y como dice una cosa dice otra. Y también, como hace una cosa hace otra, porque a la entrevista de su destape llegó portando el cubrebocas que recomiendan las autoridades sanitarias en esta contingencia, lo que no ocurre en sus reuniones y giras de trabajo, donde –sin prensa que lo delate- recorre los municipios expuesto al virus y exponiendo a los demás. Quizá también, como López Obrador, “su fuerza es moral, no de contagio”.

Grave, porque el COVID-19 no conoce de colores ni partidos. Es una amenaza a la salud pública que trasciende a las ideologías, los sistemas de gobierno y las fronteras. Las 512 mil defunciones en 215 países son su carta de presentación.

Y México no debe ser la excepción en el acatamiento estricto de las medidas recomendadas para frenar la propagación de la enfermedad, empezando por nuestras autoridades, sin importar su origen ni credo, mucho menos el nivel de gobierno.

La fiebre electoral no puede imponerse a las nuevas reglas de convivencia, creadas para proteger la salud y la vida.

Nada justifica que López Obrador, en pleno pico de la pandemia, decida jugarse la vida y la de los demás yéndose de gira a estados gobernados por la oposición, entre ellos Guanajuato y Michoacán, que forman parte del bloque de gobernadores que representan a casi la mitad de la población en México, y desde donde una eventual alianza entre los partidos que representan podría descarrilar al partido hegemónico, ya de por sí minado en las encuestas por la errática conducción ante el COVID-19.

Nada justifica que, por esa fiebre electoral, simpatizantes del senador Cristóbal Arias recorran el estado realizando actos anticipados de campaña –disfrazados de aperturas de casas de enlace y reuniones-, sin guardar la sana distancia ni usar cubrebocas.

Nada justifica que, frente a los morelianos, Raúl Morón sí acate las medidas, pero ante López Obrador se presente sin cubrebocas simple y sencillamente porque el presidente se niega a usarlo, aún y cuando a su alrededor el virus se ha diseminado ya entre cercanos colaboradores como Arturo Herrera, secretario de Hacienda, o el mismo Zoe Robledo, director general del IMSS.

Olvidan que en una pandemia no solamente son ellos los que pierden si contraen la enfermedad. Matemática y metodológicamente está comprobado: de un contagio se derivan miles más.

Y si hoy México es el séptimo país con más muertes en el mundo, incluso ya superando a España, el delirio por una elección no justifica tan peligroso descuido. Al Tiempo.

RED 113/Por Patricia Padrón