El Derecho a la Ciudad
¿El BUEN FIN, para quién?
Salvador García Espinosa
Desde el año 2011, en que se realizó por primera vez el denominado “Buen Fin”, se busca concentrar ofertas en comercios y servicios, en un inicio durante un fin de semana largo, pero este año será una semana completa, como estrategia para incentivar un mayor consumo. Más allá de la tentación de adquirir a bajo costo, llama la atención que el gobierno federal ha instrumentado diversas estrategias tendientes a incentivar el consumo, e incluso se adelantó el pago de aguinaldos. Se esperaría que el gobierno fuera el primero en fomentar la disminución del consumo e incluso invitar a un uso responsable del aguinaldo, asumiendo que se ha pasado por un año difícil en materia de salud y en términos económicos.
Desde su primera edición en 2011, el objetivo fue incentivar el consumo para activar la economía, en ese año se registraron ventas por 106 mil millones de pesos, este año 2021 la meta esperada de ventas es de 240 mil millones de pesos, cantidad muy similar a la obtenida el año pasado. Ante las pocas probabilidades de alcanzar la meta es que se decidió extender el “Buen Fin” prácticamente una semana (del 10 al 16 de noviembre), incluso como una medida para garantizar el incremento en las ventas, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) adelantará el 50% del aguinaldo a los trabajadores burócratas.
El “Buen Fin” constituye la versión mexicana del conocido Black Friday (viernes negro), que cada año se celebra en Estados Unidos el día después del festejo de Acción de Gracias. Su origen se debe, entre otros aspectos, a que marca el comienzo no oficial de la temporada de compras navideñas. De hecho, el término “viernes negro” alude a la contabilidad de las tiendas que se mueven del “rojo” al “negro”, pues cuando los registros contables se llevaban a mano, la tinta roja indicaba una pérdida y el negro una ganancia.
El antecedente de Black Friday para el “Buen Fin” adquiere relevancia, al comprender que, particularmente en Estados Unidos, durante el siglo XX se fue moldeando la alta producción de objetos de diseño, la publicidad y los medios de comunicación, a fin de establecer las estructuras básicas sobre las cuales se sustentan la sociedad y ciudad de consumo. Para dar cuenta del cambio tan significativo que tuvo este proceso, hay que señalar que, para finales del siglo XX, dos tercios de la economía doméstica de Estados Unidos se dedicaba a la producción de bienes de consumo, y sólo una tercera parte, a proporcionar bienes para la producción.
El “Buen Fin” es sólo la punta del iceberg del sistema económico, que impulsa un modelo de desarrollo basado en el incremento del consumo. Las ciudades que iniciaron, hace doscientos años, como consecuencia de la Revolución Industrial, en que los principios de productividad incentivaron la migración del campo a la ciudad, ante la demanda de mano de obra, se fueron consolidando, y durante el siglo XIX, el desarrollo se basó en el carbón, el hierro y el ferrocarril. Para el siglo XX, este modelo industrial presentó un decaimiento y la sociedad de consumo, principalmente a mediados del siglo se extendió a Gran Bretaña y Canadá, y en los años sesenta, a Francia, Italia y otros países de Europa Occidental, Japón y algunos sectores de ciudades latinoamericanas. Antes de finalizar el siglo se instauró una sociedad de consumo y un modelo de crecimiento fundamentado en la aparente disponibilidad “inagotable” de energía barata, como fue la gasolina para el automóvil, la electricidad para iluminación y el funcionamiento de todos los motores existentes en cada casa. La base del crecimiento en el siglo XX fue el petróleo, el acero y el automóvil.
Hoy, en pleno siglo XXI, se debe comprender que, ante los efectos del cambio climático, el tema medioambiental es referente ineludible de actuación y definición del modelo de desarrollo a seguir, y bajo el cual se inserta un gran debate contra la sobreproducción de objetos por parte de los productores, donde la pieza clave resulta ser, precisamente, el incentivo en el consumo permanente y desmedido por parte de los usuarios o consumidores.
En otras palabras, el impulso gubernamental otorgado al “Buen Fin” contradice las políticas y esfuerzos en torno a la conservación del ambiente, además de impulsar el consumo, como la parte más negativa de un modelo económico que ha generado desigualdades sin precedentes en los ámbitos social, económico y ambiental.
Ante el cuestionamiento sobre si se compra lo verdaderamente necesario, conviene recordar lo planteado por el sociólogo Pierre Bourdieu, cuando señala que el sentido del gusto está asociado invariablemente a la condición de clase, y que el gusto funciona como un generador de estilos de vida dentro de un sistema de signos distintivos. En otras palabras, Bourdieu identifica que los estilos de vida se basan en signos que califican ciertos comportamientos y objetos (consumibles) que se tornan en una expresión simbólica del estatus. El simple hecho, de que nos indiquen que “hay que salir a comprar” o que “debemos de comprar lo que está de moda”, es una manifestación clara del consumo como práctica social, que va más allá de satisfacer una necesidad material.
En este contexto, el “Buen Fin” incentiva una subsecuente dinámica de consumo urbano, la apropiación consecuente de objetos que dan inmediatez hacia la transformación del capital económico o cultural, en símbolos de apropiación y donde, a través de la posesión de objetos simbólicos, se busca legitimar la posesión de riqueza y conocimiento, asociándola al resultado de los méritos personales. En palabras de Žižek, cuando se refiere al “capitalismo cultural”, se trata de una lógica económica que implica una sobreinversión simbólica de las mercancías, debido a que los productos no son consumidos por su utilidad, sino en mayor medida por su capacidad de representar y aportar sentido al propio consumidor.
La disminución del consumo representa la gran meta en el siglo XXI, ante los desafíos que presenta el cambio climático. Para quienes piensan que dejar de adquirir un producto o usar una bolsa de plástico no tiene impacto, hay que recordar que el año pasado nuestro confinamiento en casa, propició una baja sin precedentes en el consumo, que generó una disminución de la producción y por lo tanto una reducción en la demanda de recursos naturales, así como de contaminación. Resulta lamentable observar que las políticas económicas gubernamentales parecen estar desligadas de objetivos a más largo plazo, como los ambientales y los sociales, en términos de mejorar el bienestar de las personas, como sería el contribuir a un ambiente más sano, así como a una educación financiera que garantice el mejor destino del salario, antes que simplemente buscar incentivar una parte de los sectores económicos.