“Ciudad violeta”. El análisis del Dr. Salvador García Espinosa, quien nos deja una pregunta: ¿Por qué la ciudad no cambia su esencia masculina?

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El Derecho a la Ciudad

CIUDAD VIOLETA

Por, Salvador García Espinosa

Utilizo “violeta” en el título de esta columna porque es el color que se utiliza el 8 de marzo, para visibilizar el apoyo hacia las mujeres, generar conciencia de las brechas de género existentes e incentivar el trabajo por la igualdad de derechos y oportunidades. El origen mismo del Día Internacional de la Mujer se instituyó para poner al centro del debate público los avances alcanzados y, sobre todo, los desafíos pendientes para garantizar los derechos humanos de las mujeres y la igualdad de género.

Sin duda, alcanzar la equidad de género va más allá de visibilizar cada año las demandas de las mujeres, e Iluminar inmuebles públicos o monumentos de color violeta durante el mes de marzo me parece sólo “maquillaje político” que en nada contribuye a cambiar la realidad en que vivimos. Deberíamos pedir que esos recursos se destinen mejor a la compra de aparatos médicos para realizar mastografías y combatir el cáncer de mama, que constituye la principal causa de muerte en las mujeres, tan sólo en México, durante el 2021, fallecieron por esta causa 90,525 personas.

A propósito del 8M seguramente se nos actualizarán las cifras que año con año utilizan para demostrar que políticamente se ha avanzado. Al menos en México las mujeres representan poco más del 52% del total de la población y, de acuerdo con el informe “Women In Business 2022”, el 33% de los puestos directivos del país son ocupados por mujeres, más aún la política de paridad de género ha llevado a que poco menos del 50% de los congresos locales se integren por mujeres. Sin embargo, pese a todo lo anterior, nuestras ciudades no han cambiado, parecen ignorar esos cambios sociales tan significativos. Resulta inevitable la pregunta ¿Por qué la ciudad no cambia su esencia masculina?

La respuesta es multifactorial, pero fundamentalmente se debe a que nos cuesta mucho, a hombres y mujeres, reconocer que la división de roles es una construcción social y no un estado natural; que está en nuestro inconsciente y, por lo tanto, lo seguimos perpetuando. Esta es la causa de que la mayoría de las mujeres, aún y cuando ocupan puestos directivos, desarrollan prácticas “machistas” e incluso misóginas, que en nada contribuyen a la equidad de género.

Existe una imperiosa necesidad de modificar la ciudad a fin de adecuarla a nuestra realidad social. El urbanismo no es neutro, está cargado de supuestos que han provocado grandes desigualdades sociales, no sólo contra mujeres, sino en contra de infinidad de grupos minoritarios, como aquellos con orientación sexual diversa, grupos étnicos o indígenas, personas con algún tipo de discapacidad, las infancias, las personas jóvenes, personas de talla baja, entre otros. Por esta razón, cuando se habla de incorporar la perspectiva de género se debe entender que se busca visibilizar las necesidades de todos los grupos que integran la sociedad, con diferencia de género, edad, condición física, etc.

La ciudad la vamos diseñando, perpetuando los roles de género. Hoy en día, aun cuando la participación de las mujeres dentro de la población económicamente activa (PEA) se estima en 40%, prevalece la asociación del espacio público como algo de hombres y el privado-doméstico como algo femenino. De aquí que se considere que el trabajo que debe ser remunerado sea el realizado en lo público, mientras que el realizado en el hogar, no.

La evidencia más clara de lo anterior, es que los hombres, al llegar a casa, pensamos en el espacio de descanso, caso contrario de las mujeres, que aun y cuando trabajen fuera de casa, al llegar a su vivienda deben atender los pendientes de la comida, la limpieza, el cuidado de los hijos y demás actividades propias del hogar. Incluso, aunque se distribuyan tareas entre los miembros de la familia, la mujer asume la responsabilidad de supervisar que se hayan realizado. 

Las mujeres y los hombres no vivimos ni experimentamos el espacio urbano de forma similar. Las mujeres siguen siendo las principales responsables de las tareas relacionadas con el cuidado de los familiares, la preparación de la comida, la compra de alimentos, etc. De aquí que los tradicionales estudios de movilidad basados en origen-destino invisibilizan e ignoran que las mujeres tienen patrones de movilidad muy distintos, de la casa al trabajo dejan al niño en la escuela, pasan a comprar alimentos, visitan a los papás o algún familiar enfermo, pasan a la tintorería y demás actividades que hacen que sus recorridos sean poligonales y no respondan la lógica de origen-destino.

Lo anterior tiene como consecuencia que se siga planificando la ciudad con base en una zonificación de usos de suelo, donde se conforman extensas zonas de vivienda, zonas de trabajo, zonas de ocio, incluso la distribución del equipamiento educativo, de salud o cultural se piensa en términos de las zonas habitacionales, como si la mujer siempre estuviera en casa. Conozco de múltiples casos, en los que es todo lo contrario, las mujeres resuelven buena parte de las demandas de equipamiento en sitios más cercanos a su lugar de trabajo que de residencia.

En la misma vivienda denominada “de interés social”, que se construye por miles en nuestra ciudad, subyace en su diseño el supuesto de que hay una mujer al cuidado de la casa. Ni siquiera se contempla un espacio para quienes trabajan desde casa. Si la vivienda se diseñara bajo la perspectiva de que todos los integrantes de la familia participan de las tareas del hogar, tendríamos cocinas mejor ubicadas, más amplias e iluminadas.

Todos los fraccionamientos “privados” que especulan con la seguridad para elevar sus precios, ignoran que esa seguridad es a costa de la inseguridad de la ciudad. ¿Han pensado en lo inseguro que resulta, más para una mujer, caminar por una calle sin ventanas, sin gente y sólo con una interminable barda, aislada visualmente del resto de la ciudad?

Por último, hay que señalar que existen en México 11 distintos tipos de familias, y la tradicional conformada por madre, padre e hijos, representa sólo el 25% del total. Nos falta mucho por construir una ciudad que propicie la igualdad de género, pero ¡Es IMPOSTERGABLE COMENZAR A CONSTRUIRLA YA!